viernes, diciembre 08, 2006

ET IN ARCADIA EGO





[1]

(1ª parte)





(1594-1665)



¿Cuál es el camino que nos lleva a apreciar una obra de arte? ¿Qué es lo que nos motiva a querer saber más acerca de ella, profundizar en su sentido o en la significación que las formas transmiten?
Cuando recorremos un museo, en especial si lo hacemos por primera vez, tenemos una idea bastante aproximada de lo que vamos a encontrar y hasta lo buscamos conscientemente. Otras veces nos dejamos seducir por una obra no demasiado conocida pero cuyo autor nos es familiar, y nos detenemos en su obra tratando de apreciar lo que para nosotros es nuevo. En otras ocasiones es un trabajo nunca visto antes el que nos atrae.
En la mayoría de los casos, el universo de obras que encontramos, sobre todo si se trata de los grandes museos, nos obliga a realizar una selección: organizamos la visita pensando en cuánto tiempo disponemos, cuánto tiempo le vamos a dedicar al total de la visita y, detalle no poco importante, cuál será el límite de resistencia que nuestro cuerpo pondrá a nuestros planes. Y entonces ocurre que, no en pocas ocasiones, muchas obras son apenas observadas, otras son vistas desde lejos, y a algunas les damos tan solo una rápida mirada.
Algunas veces la propia colocación de las obras en una sala atenta contra la apreciación de algunas en particular, como si se neutralizaran unas a otras. Algo así experimenté en cierta ocasión en una sala de la Galería de los Oficios, en Florencia, donde se concentraban una serie de cuadros con el mismo tema, no recuerdo con precisión si se trataba de crucifixiones o de Vírgenes entronizadas acompañadas de santos. Tal vez fuera una disposición provisional (dado que muchas veces los museos acondicionan las salas y modifican temporariamente la ubicación de los cuadros), pero el resultado era que todos los cuadros se parecían. Había que realizar un esfuerzo adicional para reconocer las diferencias entre ellos, y viéndolos, recordaba que muchas veces las obras son realizadas por encargo, con indicaciones precisas acerca de qué tema pintar y a qué personajes incluir. Y durante varios siglos, los cuadros con crucifixiones o con imágenes de la Virgen estuvieron entre los más solicitados.
Otro caso en el que la disposición de las obras en una sala neutraliza la apreciación particular de alguna de ellas, es en el de las pinturas de Nicolás Poussin que se encuentran en el Louvre. Son obras de gran formato, con muchas figuras y que en algún sentido contradicen la dirección asignada a la pintura en vigencia durante el siglo XVII. Recordemos que es el siglo del arte barroco, de Bernini y Caravaggio en Italia, de Rubens y Rembrandt en los Países Bajos. Es la era de la Contrarreforma, cuando la Iglesia de Roma alentaba un arte que conmoviera los sentidos y donde era fundamental que el creyente sintiera la empatía necesaria para reforzar su fe identificándose con las emociones de los temas representados. Los contrastes violentos y dramáticos del tenebrismo de Caravaggio, las exaltaciones místicas o apasionadas de las figuras de Bernini en sus grupos escultóricos, las luces doradas, íntimas, misteriosas, de los cuadros de Rembrandt, tienen muy poco que ver con el mundo clásico que pinta Poussin, y tal vez por eso escapan a la expectativa que un barroco característico promete. Al mismo tiempo, las pinturas de Poussin carecen del atractivo extra que representa un contraste lumínico impactante o una figura conmovedora como protagonista. Sus cuadros apelan más al intelecto que al corazón, y quizá por eso mismo es difícil apreciar una obra en particular. Peor aún si está rodeada de obras que se le parecen.
En auxilio y como complemento de la vivencia directa, y para poder tener un acercamiento más profundo que contribuya a valorar una obra, podemos encontrar la ayuda de un buen análisis. Para ser más precisos, si tenemos la fortuna de dar con un estudio interesante de una obra que nos abra hacia universos no imaginados, la obra seguramente va a comenzar a revelar sus secretos, empezará a mostrarse de una manera distinta, y tal vez entonces sentiremos la necesidad de detenernos a contemplarla para poder poner en ella esa nueva mirada.
El estudio en cuestión es un capitulo que el teórico de arte Erwin Panofsky[2] le dedica a una obra de Nicolás Poussin, “Et in Arcadia Ego”, también conocida como “Los pastores de la Arcadia”, y que se encuentra en el Museo del Louvre. También un trabajo, mucho menos profundo, por cierto, del antropólogo Claude Lévi-Strauss[3] dedica uno de sus capítulos (Mirando a Poussin) a esta misma pintura. De manera que debía ser por importantes razones que dos personalidades del pensamiento, una dedicada al arte y la otra a la antropología, se detuvieran a analizar una pintura. Era un buen motivo como para desear volver a mirarla, pero esta vez con verdadero detenimiento.
La obra.

“Los pastores de la ” (Et in Arcadia ego): 2ª versión. Nicolás Poussin. Museo del Louvre
La pintura muestra a cuatro personajes, uno femenino y tres masculinos, delante de una tumba, enmarcados por un paisaje bucólico. La figura femenina, ubicada en primer plano y de perfil, a la derecha de la imagen, está siendo observada por una de las figuras masculinas, quien parece señalar algo que se halla en el sarcófago. Otro personaje masculino, con una rodilla en tierra, observa y señala el mismo sector que la figura anterior. El cuarto personaje se encuentra de pie, recostado sobre la tumba y mirando pensativo hacia el personaje que está en cuclillas. Los tres hombres parecen ser pastores, ya que sostienen cayados, pero sus vestimentas recuerdan a la antigua Grecia. La figura de la mujer también está vestida a la manera griega, pero no parece ser una pastora. La tumba es muy sobria, geométrica, y carece de cualquier ornato. El paisaje en el cual se encuentran las figuras es ideal, paradisíaco.
Si nos habíamos referido a las obras de Poussin como alejadas de la corriente barroca imperante en la época, es justamente porque el tratamiento que el pintor da a sus obras dista mucho de conmover a través de grandes contrastes lumínicos, o de figuras protagonistas, o con temas que remitan a momentos altamente emotivos. Se considera a Nicolás Poussin como un gran artista que renovó el arte francés del siglo XVII con una vuelta a las formas clásicas, pero que lo enriqueció con el color de los venecianos y con un tratamiento más moderno de la composición. De hecho, sus obras fueron modelos para muchos pintores posteriores como Santiago Luis David, Jean Dominique Ingres (del neoclasicismo francés del siglo XIX) o Paul Cézanne, considerado luego el padre del cubismo.
¿Pero, cuál es la razón por la que puede considerarse que el arte de Poussin apela más al intelecto que a la emoción?
Cuando vemos un cuadro por primera vez, luego de contemplarlo es casi seguro que nos acercaremos para enterarnos de su título. En algún sentido, aún cuando se trate de obras figurativas, el título del cuadro nos brinda algunas claves para su mejor comprensión. Pero el título de este cuadro nos desorienta, tanto en su versión en latín como en la lengua vulgar. El titulo en latín dice: “Et in Arcadia Ego”, de muy difícil traducción. El otro es “Los pastores de la Arcadia”. Si tenemos alguna idea acerca de la preferencia de Poussin por los temas relacionados con la mitología o con la Biblia, quizá vinculemos el nombre del lugar con alguno de los dos ámbitos. Pero si no...
Con respecto al título en latín, será el teórico Erwin Panofsky el que nos brinde algunas claves.
¿Qué es Arcadia?
Según la mitología griega Arcadia, una región ubicada en el centro del Peloponeso, en Grecia, era el reino de Pan, dios de la naturaleza y patrono de los pastores. Hoy Arcadia es un símbolo, aceptado en forma general, de un lugar idílico de felicidad perfecta y de belleza, pero rodeado también de un halo de dulce y triste melancolía. Es el lugar ideal del hombre en estado natural. Sin embargo, no había en el pensamiento clásico una idea única de cómo era ese reino del hombre primitivo.
Las dos ideas predominantes respecto a cómo era realmente ese lugar del origen humano se contraponían: en el primer caso, un primitivismo “duro” pensaba a la vida primitiva como una vida llena de penurias e incomodidades, una existencia subhumana. En el otro caso, lo que se podría denominar como primitivismo “blando”, imaginaba la vida primitiva como una edad dorada de abundancia, inocencia y felicidad. Esta idea es la más parecida a la que imagina la literatura moderna, pero está bastante lejos de lo que los griegos creían respecto de lo que Arcadia era.
La Arcadia que los griegos conocían era aquella en la que el dios Pan reinaba y tocaba la siringa, cuyos habitantes eran conocidos por sus dotes musicales y por su rústica hospitalidad. Pero también eran famosos por su bajo nivel de vida y por su gran ignorancia. El historiador Polibio, hijo célebre de la , la describe como una región árida, pobre, rocosa y fría, aunque también hace mención a los dones musicales de sus habitantes. Pero cuando los griegos (como el poeta Teócrito con sus Idilios), querían imaginar un escenario apropiado para sus poesías bucólicas y pastoriles, elegían la isla de Sicilia, que por aquellos tiempos estaba llena de prados floridos, umbrosos bosques y dulces brisas.
Es en la poesía latina cuando la Arcadia comienza a ser considerada como un lugar distinto a como los griegos la imaginaban. Quienes hablan de la Arcadia son Ovidio y Virgilio, poetas latinos. Ambos poetas parten de la idea que Polibio tenía de la Arcadia, pero cada uno la utiliza de manera distinta: para Ovidio, Arcadia era un lugar de salvajes, indisciplinados que desconocían el arte. Ni siquiera menciona el único rasgo que podría salvarlos, es decir, su amor por la música. Virgilio en cambio, la ve como un lugar ideal al que agrega atractivos: una vegetación exuberante, una primavera permanente y todo el tiempo disponible para el ocio y el amor. Esta síntesis que realizó entre el universo de la Arcadia salvaje y el mundo paradisíaco de Sicilia, es la que hoy se manifiesta en la idea más actual de lo que es Arcadia: un mundo primitivo ideal. Para referirse a un paisaje idílico se utiliza incluso el sinónimo “virgiliano”.
En algún momento comienza Virgilio a mostrarse melancólico. En la Arcadia, nos dice Panofsky que el poeta elegíaco “descubrió” la tarde. Era muy difícil imaginar en ese paraíso momentos de dolor o sufrimiento sin que se produjeran discordancias. El momento del día en el que el sufrimiento humano y la perfección del ambiente parecieran llegar a un acuerdo sin grandes contradicciones, es justamente el atardecer. Esa mezcla entre tristeza y quietud que reina en las Églogas virgilianas fue el aporte más interesante de Virgilio a la poesía. La imagen de la tumba sería el nexo entre la idea del dolor y la melancolía.
¿Cuál es el sentido dado a la imagen de la tumba en el cuadro de Poussin, y desde dónde y cuándo proviene ese significado?
(Continúa en la 2ª parte)
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[1] Publicado en la revista Aula Abierta N° 96 de 2000.
[2] “El significado en las artes visuales”, Erwin Panofsky.
[3] “Mirar, escuchar, leer”, Claudo Lévi-Strauss.
María Rosa Díaz. "Mirar y ver: reflexiones sobre el arte". Editorial De los Cuatro Vientos. Buenos Aires. 2005
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6 comentarios:

El Pobresor Gafapasta dijo...

Excelente resumen, y de muy grata lectura. Sigo rebuscando en tu blog, me parece que está lleno de grandes sorpresas.

Un saludote.

Señora Anónima dijo...

Saludos,

Aunque lo haga un poco tarde -pues acabo de descubrir este blog justo ahora- me encantaría comentar que el texto aquí expuesto sobre el tema de la Arcadia me ha parecido realmente interesante (es un tema que, junto con el de la vanitas o el memento mori, me encanta) muy conciso y comprensible. Características éstas que, según he podido ver, muchos de los artículos contemporáneos sobre hª del arte no contienen.

A veces es un poquito triste ver cómo algunos autores optan por abusar de la herudición de una forma algo barata, sin tener muy en cuenta que la gente que, por los motivos que sean, no ha entrado directamente en el estudio de la materia artística, también tiene derecho a disfrutar y a aprender con ella.

Aunque la cuestión es, supongo, que, a día de hoy, un lenguaje rebuscado ya ni siquiera tiene porqué ser sinónimo de mayor conocimiento. Quizás lo provoque el exceso de medios de comunicación al que hemos llegado... quizás que la materia artística e histórica pase a ser, de vez en cuando, tema de moda... y se disparen los autores dispuestos a tratarlas.

Pero de verdad que a estas alturas pienso que el lenguaje más simple hace las cosas más prosaicas y comprensibles, y sin duda esa será la herramienta y seña del buen maestro.

Lo poco que he visto en este blog me ha parecido admirable, y más admirable aún que lo comparta con el resto del mundo a través de internet. Hacen falta más personas como usted.

El-Al-Eim dijo...

Muy muy interesante, pero no consigo enlazar a la segunda parte, en donde se resuelve el 'misterio' de la tumba...
cómo hago?

Ramiro dijo...

No leo ni sigo blogs. He entrado en esta página de pura, pura casualidad.
Quiero darte las gracias. Porque lo que he leído me ha encantado.
He sentido esa felicidad interior al leer algo que te hace sentir persona.
No sé quien eres. Parece que te llamas Greta y que eres argentina (para mí, al otro lado del Atlántico, en otro hemisferio). Pero me gustas.
Gracias nuevamente.

Greta dijo...

Hermosas tus palabras Ramón. Realmente es conmovedor saber que lo que uno escribe puede hacer feliz a otra persona. Gracias por decírmelo. También yo me siento mejor persona ahora. Un abrazo desde Argentina.

Greta dijo...

Sra. Anónima: estoy conmovida por su comentario. Muchísimas gracias. Un saludo.

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