En el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (hasta el 24 de Noviembre de 2013) se expone una serie de obras escultóricas que merecen ser vistas y valoradas. Algunas de ellas son originales, otras bocetos de los mismos artistas, otras más forman parte del Museo de Calcos y Escultura Comparada del IUNA (Ernesto de la Cárcova), pero todas ellas son de una inmensa calidad artística. Mármoles, bronces, arcilla, cera, son algunos de los materiales de las obras, y podemos encontrar desde calcos de obras muy famosas (como La Piedad, de Miguel Ángel, o El Beso, de Rodin) hasta obras menos conocidas, pero todas dignas de apreciarse.
El período al que pertenecen las obras va desde finales del siglo XIX (1895) hasta comienzos del siglo XX (1914), y tal como dice la misma página del MNBA:
La muestra traza el camino de un grupo de escultores, desde su
aprendizaje académico y el trabajo en el taller hasta la exhibición de
sus obras en espacios nacionales e internacionales. Piezas de
reconocidos autores argentinos y extranjeros del siglo XIX y principios
del XX, como Lucio Correa Morales, Mateo Alonso, Francisco Cafferata,
Víctor de Pol, Arturo Dresco, Pedro Zonza Briano, Antonio Tantardini,
Jules Lagae, Auguste Rodin y Émile Bourdelle, forman parte del corpus de
esculturas seleccionadas.(Ver nota completa en: Memoria de la escultura).
Algunos ejemplos, como para que incentivar la visita:
La Piedad (detalle). Miguel Ángel (calco).
El beso. Augusto Rodin (boceto del artista).
Triunfo de la verdad. Lucio Correa Morales.
La pena. Arturo Dresco.
Y un video que muestra la trastienda de cómo se armó la muestra y quiénes fueron los protagonistas:
La colección de esculturas del MNBA es una muestra de los importantísimos tesoros que forman parte de su patrimonio, y que merecen ser conocidos.
La mirada del artista es lo que transforma una mera descripción de algo que puede verse, en una obra artística, a un momento intrascendente en uno eterno. Puede ser un edificio ya terminado, en construcción o en ruinas, o un charco que refleja un despojado paredón. Una calle de la ciudad con vehículos que circulan y peatones, o la misma calle mojada por la lluvia. Un gracioso barco que atraviesa el horizonte, o el sauce que se agita gracioso justo por delante... La mirada del artista es el que hace la diferencia. Más allá de la técnica (óleo, acuarela, aguafuerte), por encima de los movimientos artísticos que lo atraviesan y lo influyen, está SU mirada, ésa que, cuando nos detenemos frente al cuadro, nos llega aunque nos resistamos. O mejor aún: la que nos llama para decirnos: acá estoy. No pases de largo, recibime, disfrutame, guardame y llevame con vos. Ése es el simple y grandioso milagro del arte.
Pío Collivadino es un pintor argentino (1869-1945) nacido en Buenos
Aires, que como era regla por entonces, también viajó al Viejo
Continente (centro de todas las innovaciones artísticas) y allí estudió,
a los clásicos y a los nuevos, y con ese bagaje volvió a Buenos Aires a
principios del siglo XX. Su cuadro más famoso es el que siempre vimos
en el salón del Museo Nacional de Bellas Artes junto con otras obras de
contemporáneos: "La hora del almuerzo", donde un grupo de trabajadores (de los tantos que se sumaron con la inmigración) aprovechan relajados
su descanso para almorzar. Bien diferente a la mirada que, sobre el tema
de los trabajadores, había tenido unos años atrás Ernesto della Carcova
con su obra Sin pan y sin trabajo, de contenido contestario y
crítico. Sin embargo esta muestra, de Collivadino no muestra sólo a los
inmigrantes y su trabajo, sino que se detiene a observar la Gran Ciudad y
sus alrededores: una ciudad que al mismo tiempo que crece, va transformando los barrios, los arrabales, mientras se agita con el movimiento de los vehículos y los nuevos habitantes que la transitan. (Ver la biografía AQUÍ).
La hora del almuerzo (1903).
Collivadino, Buenos Aires en construcción es un eslabón más del círculo virtuoso de una política pública que se fortalece en la sinergia de esfuerzos entre las universidades públicas, la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación y los museos nacionales que de ella dependen.
(...) Muchas de las obras que integran la muestra pertenecen al patrimonio de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, y fueron acondicionadas por el Centro de Producción e Investigación en Restauración y Conservación Artística y Bibliográfica Patrimonial de la Universidad Nacional de San Martín, uno de los más prestigiosos del país. Las universidades nacionales afincadas en el conurbano bonaerense, con sus técnicos y trabajadores altamente calificados, son un orgullo para todos los argentinos.
Muralista, grabador, pintor, escenógrafo, ilustrador de publicaciones, docente y autoridad máxima de la Academia Nacional de Bellas Artes: el espíritu de Pío Collivadino, con su mirada de una Buenos Aires en constante transformación (...) propone una muestra donde prima la mirada histórica. Esa mirada que, como si se tratara de un espejo retrovisor, nos permite ver de dónde venimos, pero para mejorar el rumbo hacia el que caminamos. Eso significa, nada más ni nada menos, que abordar críticamente nuestra historia, por medio de la reflexión y el debate que, esperamos, nazcan de la visita a esta muestra. (Jorge Coscia. Sec. de Cultura).
Plaza San Martín. Efecto de luz nocturna (1920).
La muestra también se enriquece gracias al aporte generoso de coleccionistas privados, museos y organizaciones estatales que cedieron obras para ser exhibidas en esta colección.
Avda. Ingeniero Huergo e Independencia (1917).
La puerta verde.
El truco (1917).
Recorrer la colección de obras de Pío Collivadino es no sólo sumergirse en la Buenos Aires de su tiempo, sino reconocer una mirada artística transformadora de esos lugares. Al mismo tiempo, tener un panorama de la obra prolífica y multifacética de un artista argentino que reflejó el arte de su tiempo, enriqueciéndolo con su propio talento. La variedad de temas, técnicas y estilos de las obras le da un plus a la calidad artística. Es gratificante que el principal museo Nacional que tiene Buenos Aires dé la posibilidad de que todos podamos disfrutar y conocer más sobre uno de sus principales artistas.
Les dejo un pequeño video con las obras más importantes,
la mayoría de las cuales no aparecen en el post.
Muestra: en el Museo Nacional de Bellas Artes, hasta el día 15 de septiembre (2013): http://www.mnba.org.ar
Cabeza de Medusa. (Medusa Murtola). Escudo de madera. Caravaggio
Perseo, el semidiós que cortó la cabeza de la gorgona Medusa, cuenta que Medusa era célebre por su belleza, muy disputada por varios pretendientes, y nada existía más hermoso que su cabellera. Había sido seducida por Poseidón (Neptuno para los romanos), dios de los mares, en un templo de Minerva (la Atenea de los griegos). La vengativa Minerva, para no dejar impune el delito, convirtió sus hermosos cabellos en serpientes. (*) Según otras fuentes, las gorgonas eran tres: Esteno, Euriale y Medusa. Pero sólo la última era realmente mortal. Tenía el poder de convertir en piedra a quien la mirara. Por eso Perseo se valió de un artilugio: para poder matarla sin ser alcanzado por su mirada mortífera , la veía en el reflejo de su escudo, y así pudo cortar su cabeza. De la sangre que brotó nacieron Pegaso (el caballo alado) y otro hermano. Pero además, Atenea (Minerva), la hija de Zeus, la diosa virgen que nació armada como un soldado de la cabeza de su padre, la puso en su escudo a partir de ese momento para ahuyentar con ella a sus enemigos.
Palas Atenea con el escudo de Medusa.
Perseo. Benvenuto Cellini. Firenze.
La cabeza de Medusa pintada por Caravaggio y que forma parte del conjunto de pinturas expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires, Caravaggio y sus seguidores), es un buen ejemplo de esa idea de "lo terrible" que encarna Caravaggio, pero también mucho de lo que también representaba el arte barroco. La Iglesia cristiana de Roma debía hacer frente al impactante cisma protestante gestado en los Países Bajos e impulsado por Martín Lutero, que había llevado a muchos fieles lejos de lo que representaba la Roma de los Papas, y que predicaba la austeridad y la rectitud pastoral que Roma estaba lejos de mostrar. El cisma fue grande, y el poder de Roma se vio tambalear. Así surgió la Contrarreforma, cuya finalidad principal era tratar de recuperar el terreno perdido frente a los cuestionamientos de Lutero, atrayendo a los fieles a volver a su seno. El arte de esos tiempos (siglo XVII) se cargó de espectacularidad (inmensas iglesias, grupos escultóricos gigantescos, obras de arte dentro y fuera de las iglesias) y de un conjunto de atractivos encaminados a estimular y atraer a través de los sentidos y las emociones. El gran director de obras en cuanto a la arquitectura barroca y la escultura monumental fue Gian Lorenzo Bernini, pero el pintor revolucionario que encarnó el barroco en Roma fue Michelángelo Merisi, más conocido como Caravaggio. Las ceremonias religiosas grandiosas, con cientos de participantes del clero, la música de los órganos, los inciensos, además de los altares ricamente adornados con esculturas y/o pinturas, eran parte de una gran puesta en escena (a la manera de una ópera) dispuesta para el impacto visual, sensual y emocional.
Las pinturas de Caravaggio mostraban el gran cambio respecto de la pintura clásica del Renacimiento. También la pintura barroca estaba destinada a conmover, tanto por los aspectos técnicos como por los temas. Toda la racionalidad presente y manifiesta en las obras renacentistas (el uso de la perspectiva científica, los desnudos idealizados, los claroscuros apenas insinuados), es revertida en Caravaggio por una escena dramática en primer plano, en donde la profundidad espacial desaparece, las suaves sombras de escenas diurnas son reemplazadas por escenas nocturnas con luces focalizadas y donde la suavidad y severidad de las expresiones se transmuta en rostros llenos de expresión, apasionados, terribles incluso, y con historias y personajes sumergidos en la tragedia y en la violencia. Esta violencia es a veces expresa, como en el caso de las decapitaciones (Decapitación de Juan el Bautista, Judith y Holofernes). En otros casos la violencia está en la presencia de personajes religiosos o sagrados, encarnados por gente del común, de la calle, pordioseros, o prostitutas (como en el caso de La muerte de la Virgen, San Gerónimo escribiendo), en las que el pintor asume con total descaro la plasmación de seres carnales, humanos, algo difícilmente aceptable para una Iglesia que todavía se debatía en mantener la sacralidad de sus personajes. Muchos de sus cuadros fueron rechazados por los comitentes, no sólo por este atrevimiento de pintar una carnalidad tan humana, sino muchas veces por atreverse a mostrar o sugerir a personajes sumergidos en una erótica de la homosexualidad, imposible de admitir para una Iglesia en la que la homosexualidad y la sodomía eran consideradas aberraciones que merecían la muerte o la castración. Pero Caravaggio se atrevía, y su desenfado no era demasiado diferente al que lo llevaba a meterse en disputas, más o menos importantes, que lo hacían tener que rendir cuentas ante la Justicia con frecuencia, tal como consta en los registros policiales de la época. Y sus encuentros y arrebatos belicosos podían dirigirse tanto a personajes encumbrados de la sociedad, como a sus pares. Los juzgados y los estudios de abogados estaban muy atareados por esos tiempos, ya que era bastante común que se recurriera a ellos tanto para una acusación de injurias o robo de obras, como de no pago de alquileres o amenazas de muerte con armas. Tanto que la historia violenta de Caravaggio no parece diferir de la de muchos otros artistas, algunos de los cuales eran, incluso, asesinos, pero ninguno de ellos era tan famoso y prestigioso como Caravaggio, y eso hace que las miradas se detengan más en él que en los otros. Su carácter belicoso lo llevó una vez a una disputa por un partido de pelota, en la que se enfrentaron con armas al final del partido (nada muy diferente a lo que hoy vemos al final de un clásico de fútbol). Pero en la pelea, Caravaggio que también quedó herido, castigó muy fuerte a uno de los contendientes, quien a los pocos días murió. Huyó de Roma y fue condenado al destierro in absentia. Luego de varios periplos y otras tantas complicaciones delictivas, recaló en Malta, donde tras pintar el retrato del Gran Maestre, fue compensado con la ordenación de Caballero de la Orden, distinción que luego le fue retirada cuando, por haber cometido otros delitos, fue encarcelado y huyó. Queriendo volver a Roma, se embarcó en Nápoles con la idea de llegar hasta Porto Ercole, cerca de Roma. No pudo llegar hasta allí porque en un paraje desierto en donde el barco recaló, fue detenido y encarcelado por error. Cuando lo liberaron, el barco había partido con todas sus pertenencias. Casi enloqueció de furia, y queriendo llegar hasta Porto Ercole, caminó por la playa infectada de paludismo. Se contagió de una fiebre fulminante y allí, a la edad de 38 años, murió.
Mucho de lo terrible del barroco, con su carga dramática y efectista, aparece en la Medusa de Caravaggio. El rostro muy iluminado contra el marco oscuro de las serpientes y el fondo, la ausencia de profundidad espacial para resaltar el primer plano, la expresión aterradora, el cuello sangrante... Sin embargo, esta ya no es la Medusa que mata con su mirada. En el mito, cuando Perseo cercena su cabeza, su poder aniquilador sigue intacto, y él puede continuar utilizándolo contra aquellos a los que se enfrenta. Pero ésta Medusa, la de Caravaggio, aparece ella misma aterrada ante la inmensidad de su muerte. Ésa es la mirada que el pintor eligió, con lo cual pareciera haber trasladado el poder de producir miedo, al de sentirlo. Se dice incluso que se trata de su autorretrato, con lo cual la connotación es aún más significativa. Muchas veces Caravaggio se pintó en el rostro de alguno de sus personajes (Baco, Goliat, Medusa), y algunos ven en la recurrencia de estos rostros andróginos tantas veces pintados, una necesidad de indagar en sus preferencias sexuales no claramente asumidas. Las referencias más o menos explícitas al erotismo homosexual están presentes en muchos de sus cuadros, sean estos autorretratos o no. Bastante explícita en los Baco y sugerida, por ejemplo, en El descanso en la huida a Egipto.
San Francisco meditando. Caravaggio.
La luz dramática aparece también en el San Francisco. Con la técnica del tenebrismo (contraste violento de luces y sombras) inventada por él, Caravaggio dirige la vista del espectador hacia los puntos esenciales: partiendo de la mancha de luz en el hombro, se dirige al rostro que mira a la calavera sotenida por su mano (la calavera es símbolo iconográfico de la inútil vanidad humana) y termina en la cruz, recostada en diagonal, como en un lecho. La túnica raída y el fondo oscuro no hacen más que destacar esos puntos de luz. Otras obras de Caravaggio que se exhiben en la exposición son el San Gerónimo escribiendo, San Genaro decapitado, San Juan Bautista que alimenta el cordero y el Retrato del cardenal (Benedetto Giustiniani).
Otros importantes pintores contemporáneos, y seguidores del estilo caravaggiesco también aparecen en la muestra, como Orazio Gentileschi (María Magdalena), su hija Artemisia Gentileschi (Magdalena desvanecida), Orazio Borgianni, Leonello Spada, Tommaso Salini, Bartolomeo Cavarozzi, Giovan Battista Caracciolo, Orazio Riminaldi, Jusepe de Ribera y varios más. Destaco entre todos (además de los de Caravaggio) la obra de Artemisia Gentileschi, pintora a la que admiro de manera particular, y cuya Magdalena muestra el sello que le es propio:
Magdalena desvanecida. Artemisia Gentileschi.
A diferencia de otras Magdalenas, del barroco o del Renacimiento, en las que la santa aparece cubierta o apenas insinuante, ésta muestra sin pudor alguno sus pechos, y en lugar de la actitud meditativa con que suele mostrársela mientras observa la calavera, aparece en actitud de desmayo, recordando más a las extáticas Santa Teresa y la Beata Ludovica Albertoni de Bernini, que a las Magdalenas arrepentidas de su pasado licencioso. Demasiado humano su éxtasis amoroso, y bastante lejos de la supuesta piedad que debería evocar.
Beata Ludovica Albertoni. Gian Lorenzo Bernini
Muy típicamente barroca es esa exaltación de las pasiones, supuestamente inspiradas por la divinidad, pero de indudables referencias eróticas, presente tanto en muchas pinturas de Caravaggio, como en la escultura de Bernini o en las pinturas de Artemisia Gentileschi. Sea que se trate de obras de carácter religioso como mitológico, la pasión está siempre presente para exaltar los sentidos.
Éxtasis de Santa Teresa. (detalle) Bernini.
Esta muestra de Caravaggio y sus seguidores que viene de recorrer varios lugares del mundo, merece ser visitada. Y dado que se trata de obras tan tícamente barrocas y por lo tanto bastante oscuras, es recomendable tomarse el tiempo necesario para apreciarlas debidamente, esperando que nuestra vista se habitúe a la semipenumbra, para luego sí poder disfrutarlas.
En este pequeño video les dejo algunas de las obras que se exhiben en la muestra.
Las obras de esta muestra temporal estarán expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires) hasta el 15/12. Los horarios son:
Martes a Viernes: de 12.30 a 20.30
Sábados y Domingos: de 9.30 a 20.30
La entrada es GRATUITA...aunque ud. no lo crea!
De paso, cuando terminan, pueden recorrer la muestra permanente y visitar obras valiosísimas de nuestros pintores argentinos, pero también de autores extranjeros, como El Greco, Rembrandt, todos los impresionistas, y cientos más. ¡No dejen de recorrerla!
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Bibliografía consultada:
-Nacidos bajo el signo de Saturno. Rudolf y Margot Wittkower.
Lisbeth van Rijn: la hermana del pintor. Rembrandt van Rijn
Hacía un tiempo que no visitaba el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, una joya del arte que debería hacernos sentir orgullosos por la cantidad y calidad de sus tesoros. Recuerdo que, cuando se inauguró la Sala Hirsch con la donación de obras de esta familia, una obra entre las numerosas maravillas expuestas fue la que me cautivó: el retrato de Rembrandt de su hermana, Lisbeth van Rijn. En aquel momento, sentí como nunca antes estar viviendo un momento único, atrapada en la mirada de esta mujer, y sintiendo que vivía un instante privilegiado. Hoy, muchos años después, la busqué con la secreta esperanza de repetir tan fascinante experiencia, y con el temor de haber perdido para siempre esa posibilidad. Y entonces llegué frente a ella...
Y ahí estaba, otra vez la magia en un rostro que no sabría decir siquiera que es bello, otra vez la sensación de estar atrapada en el medio del sortilegio, otra vez la sensación de estar suspendida de todo, ausente del tiempo y del espacio, ausente incluso de mi cuerpo, solamente sintiendo una especie de opresión en el pecho que sube hacia la garganta y anega mis ojos en lágrimas... Éso es, ni más ni menos, un "hecho estético", la experiencia única e inigualable que algunas obras de arte (o incluso de la naturaleza), algunas piezas musicales, nos generan sin que podamos evitarlo, y permitiéndonos esos eternos minutos en los que palpamos la felicidad. En la naturaleza no hay intención, por lo tanto no puede hablarse con propiedad de "obra de arte", pero en una pintura, como en ésta obra de Rembrandt, podemos encontrar ese momento único de comunión entre la obra y el espectador, algo que en algún momento fue la experiencia suprema del artista, y que en el momento del encuentro se transfiere a quien la contempla.
La vieja magia estaba intacta, y entonces podría decir, sin equivocarme, que esta obra de Rembrandt es, sin ninguna duda, una "obra maestra". Los expertos podrán decirnos si se trata de la iluminación, de la perfección técnica, si del realismo de las pieles, las perlas o el rostro, si se trata de la expresión en su mirada... Pero lo que provoca el hecho estético es todo eso y algo más, algo inasible que quizá nadie descubra, pero que está, qué duda cabe, allí presente esperándonos para entregarse. Y si la experiencia hubiese sido única e irrepetible, podríamos concluir que se trató de una confluencia de elementos, muchos de los cuales están en la obra, pero otros tantos estaban en mí, espectadora. Pero tantos años después poder repetir semejante momento, nos dice que es LA OBRA la dueña de esa magia, la única capaz de generarla.
Invito a quienes me lean a buscar ese momento visitando el Museo, y si frente a ustedes, la bella Lisbeth también los atrapa, podremos decir que tuvimos la fortuna de compartir, en este tiempo y en este espacio, un retazo de felicidad. Lo capturamos y lo guardamos, como un regalo al que podamos contemplar cuantas veces queramos, y que siempre estará allí para nosotros.