La “Última Cena” (restaurada). Leonardo da Vinci.
Iglesia de Santa María de las Gracias. Milán.
Una preceptora del colegio, alumna mía en el pasado, se acercó a mi lugar de trabajo para preguntarme si yo, casualmente, tenía diapositivas sobre la “Última Cena”, de Leonardo da Vinci, porque iba a participar de una misa en la parroquia, y su intención era mostrar dicha obra en esa ocasión. Luego de decirle que sí le advertí que, si bien el fresco realizado por Leonardo en el cenáculo de la iglesia de Santa María de las Gracias (Milán) estaba siendo restaurado en este momento, yo sólo poseía diapositivas de la obra de cuando su estado de conservación era deplorable, y por lo tanto, las imágenes iban a ser poco claras, no precisamente algo para admirar. Le propuse, en cambio, otra diapositiva con el mismo tema: la de la obra realizada por Domenico Ghirlandaio, cuya calidad de conservación es muy superior a la que muestran las diapositivas de la obra de Leonardo. Pero la joven rechazó mi ofrecimiento; prefería mostrar la obra de Leonardo, aún cuando las imágenes no resultaran demasiado buenas.
Y entonces comenzó a ocurrir algo curioso: el sentido dado a las imágenes de la “Última Cena” cambió de dirección varias veces en pocos minutos, a lo largo de nuestra conversación:
1. En un principio, las diapositivas de la “Última Cena” iban a servir, para ilustrar o acompañar con imágenes una misa en la parroquia.
2. Luego pasamos a hablar de la calidad: desde el punto de vista de la calidad, las imágenes no estaban en las mejores condiciones como para ser exhibidas.
3. Terminamos hablando de Leonardo da Vinci: a pesar de que la calidad no era la óptima, siempre era preferible una mala reproducción de una obra de Leonardo que una mejor imagen de un pintor menos conocido como Ghirlandaio.
¿Cuáles son los interrogantes que se plantean a partir de este diálogo?
Cuando un cristiano de Argentina, o de Buenos Aires, piensa en la “Última Cena”, ¿estará pensando en su última comida de la noche pasada, en aquella que protagonizó Jesús rodeado de sus apóstoles cuando se instituyó el sacramento de la Eucaristía, o vendrá a su memoria la famosa obra de Leonardo da Vinci?
Si alguien que desea ilustrar con imágenes una misa prefiere mostrar una mala imagen de Leonardo antes que una mejor de un pintor menos conocido, ¿es porque piensa que quienes la contemplen sentirán más cercano el misterio de la Eucaristía? ¿O creerá que siempre es mejor una mala imagen de alguien genial que una buena imagen de alguien no tan famoso?
Al contemplar una imagen, ésta aparece cargada con todas las miradas que precedieron a la nuestra, porque las imágenes que los artistas realizaron nos enseñan a ver. Así como la figura de la “Gioconda”(no casualmente pintada por el mismo Leonardo) nos mira desde las infinitas reproducciones, los frascos de dulce, la propaganda de la Escuela Panamericana de Arte, tapas de novelas, etc, etc., la imagen de la “Última Cena” que Leonardo pintó (estropeadas gracias a sus experimentos y a las malas restauraciones posteriores) se nos ha aparecido desde que tenemos memoria, y quizá, no podamos imaginar la misma escena con una apariencia distinta de la que su creador le dio. ¿Cuál es la magia, la fuerza, el “genio” de una obra tan sencilla que puede atravesar los siglos y llegar intacta hasta el siglo XXI, a pesar de su mal estado de conservación? ¿Por qué todavía hoy reconocemos a “la Cena”, la única, en la representación de Leonardo de una escena que nunca vio, un Jesús que no conoció, un cenáculo que creó él por entero según su gusto o el de la época, y mediante unos códigos formales tan representativos del Renacimiento?
Al respecto nos dice el teórico del arte Meyer Schapiro que Leonardo había sido el primero en desarrollar una forma ejemplar de composición, esto es, una manera de estructurar el cuadro que marca una época y se transformó en canon, en modelo, como ocurrió con los órdenes arquitectónicos (por ejemplo el dórico o el corintio) o las formas poéticas.
En la Última Cena la composición está dominada por la figura de Cristo en el centro del cuadro, los apóstoles están agrupados de a tres, ubicados a ambos lados de Cristo, y en cada grupo se producen reacciones e interrelaciones ligadas al significado del momento elegido por Leonardo para representar la dramática escena: Cristo acaba de decir a sus discípulos “Uno de vosotros me traicionará”. Todas las formas están equilibradamente armonizadas y concentradas: no sólo la figura central de Cristo; la perspectiva central lleva la convergencia hacia su figura (todas las líneas de fuga convergen en un punto sobre la cabeza de Cristo), los grupos de los apóstoles son simétricos, la mesa dispuesta horizontalmente marca una base de estabilidad. Salvo Cristo que se mantiene sereno y equilibrado, entre otras cosas, gracias a su forma piramidal, todos los personajes se muestran inquietos, en tensión. Cada figura posee un gesto y una expresión que la diferencia marcando su carácter. Incluso Judas, mezclado en el primer grupo a la izquierda de Cristo, que aprieta en su mano la bolsa con los treinta dineros. “Esta distinción del carácter, nos dice Schapiro, es un logro del Renacimiento,... una concepción de largo alcance de la conducta colectiva en la que se revela el individuo”.
Aunque el Renacimiento parece tan lejano, todavía subyacen sus códigos en la mayoría de las artes (la fotografía, el cine, obviamente, la pintura): el sentido del equilibrio, el uso de la perspectiva, las figuras humanas representadas con realismo. Hasta en la historieta, superhéroes y heroínas se mueven en espacios de aquí o de más allá, pero representados en perspectiva, luciendo minuciosas anatomías como las que en su época descubría Leonardo estudiando cuerpos reales o cadáveres. El mismo Salvador Dalí, tan surrealista y tan irreverente, se inspiró en la “Última Cena” de Leonardo para realizar una obra homónima y colocó a su esposa Gala en el lugar de Jesús.
Si las obras de arte que contemplamos entre el universo de imágenes que nos rodean nos dicen o nos sugieren tantas cosas, no es por un único motivo: hay un primer momento privilegiado, aquel en el que el artista (por amor, por pasión creadora o por encargo de alguien) realiza la obra en el lenguaje, el código y los intereses de su época. Pero después esa obra comienza un recorrido que termina en nuestra mirada, luego de multiplicarse millones de veces. Cuando se encuentra con nosotros, que también realizamos nuestro propio recorrido de vivencias, conocimientos y experiencias, la obra se completa.
¿Qué sentirán los que estén presentes en esa misa cuando contemplen la obra de Leonardo? Quizá piensen en aquella reproducción que alguna vez conocieron, en una estampa, en un libro, o sientan nostalgia al recordar aquel viaje a Milán, cuando tuvieron la fortuna de verla personalmente, o tal vez sólo digan: ¡qué desastre!, está descascarada, casi no se distinguen las formas, no se entiende nada!
Nunca lo sabremos, porque muchas veces no decimos todo lo que sentimos y porque muchas más, no podemos traducir en palabras nuestras emociones.
Dentro de poco y gracias al amor por las obras maravillosas y a la tecnología puesta al servicio de una buena causa, podrán contemplarse las figuras que Leonardo representó en la “Última Cena” con el mismo esplendor que cuando él las pintó. Y entonces sí, cuando esas imágenes renovadas comiencen a multiplicarse otra vez y reinicien su camino, llegarán a nosotros para que podamos contemplarlas, pero esta vez en toda su real belleza.
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Nota:
Al momento de haber sido escrito este artículo la obra de Leonardo, ya restaurada, no había aún sido presentada al público oficialmente. (N. de la A.)
[1] Artículo publicado en la revista digital Contexto Educativo (www.contexto-educativo.com.ar)
[1] Artículo publicado en su versión original en el periódico “Flores en letras”, del Colegio Schönthal. Buenos Aires, en octubre de 1999. Su versión definitiva fue publicada en la revista Aula Abierta, N° 93, 2000.
2]Meyer Schapiro: “Estilo, artista y sociedad. Teoría y filosofía del arte”.
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