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domingo, noviembre 04, 2012

Caravaggio: el genio terrible.

Cabeza de Medusa. (Medusa Murtola). Escudo de madera. Caravaggio
Perseo, el semidiós que cortó la cabeza de la gorgona Medusa, cuenta que Medusa era célebre por su belleza, muy disputada por varios pretendientes, y nada existía más hermoso que su cabellera. Había sido seducida por Poseidón (Neptuno para los romanos), dios de los mares, en un templo de Minerva (la Atenea de los griegos). La vengativa Minerva, para no dejar impune el delito, convirtió sus hermosos cabellos en serpientes. (*) Según otras fuentes, las gorgonas eran tres: Esteno, Euriale y Medusa. Pero sólo la última era realmente mortal. Tenía el poder de convertir en piedra a quien la mirara. Por eso Perseo se valió de un artilugio: para poder matarla sin ser alcanzado por su mirada mortífera , la veía en el reflejo de su escudo, y así pudo cortar su cabeza. De la sangre que brotó nacieron Pegaso (el caballo alado) y otro hermano. Pero además, Atenea (Minerva), la hija de Zeus, la diosa virgen que nació armada como un soldado de la cabeza de su padre, la puso en su escudo a partir de ese momento para ahuyentar con ella a sus enemigos.
Palas Atenea con el escudo de Medusa.
Perseo. Benvenuto Cellini. Firenze.



















La cabeza de Medusa pintada por Caravaggio y que forma parte del conjunto de pinturas expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires, Caravaggio y sus seguidores), es un buen ejemplo de esa idea de "lo terrible" que encarna Caravaggio, pero también mucho de lo que también representaba el arte barroco. La Iglesia cristiana de Roma debía hacer frente al impactante cisma protestante gestado en los Países Bajos e impulsado por Martín Lutero, que había llevado a muchos fieles lejos de lo que representaba la Roma de los Papas, y que predicaba la austeridad y la rectitud pastoral que Roma estaba lejos de mostrar. El cisma fue grande, y el poder de Roma se vio tambalear. Así surgió la Contrarreforma, cuya finalidad principal era tratar de recuperar el terreno perdido frente a los cuestionamientos de Lutero, atrayendo a los fieles a volver a su seno. El arte de esos tiempos (siglo XVII) se cargó de espectacularidad (inmensas iglesias, grupos escultóricos gigantescos, obras de arte dentro y fuera de las iglesias) y de un conjunto de atractivos encaminados a estimular y atraer a través de los sentidos y las emociones. El gran director de obras en cuanto a la arquitectura barroca y la escultura monumental fue Gian Lorenzo Bernini, pero el pintor revolucionario que encarnó el barroco en Roma fue Michelángelo Merisi, más conocido como Caravaggio. Las ceremonias religiosas grandiosas, con cientos de participantes del clero, la música de los órganos, los inciensos, además de los altares ricamente adornados con esculturas y/o pinturas, eran parte de una gran puesta en escena (a la manera de una ópera) dispuesta para el impacto visual, sensual y emocional.

Las pinturas de Caravaggio mostraban el gran cambio respecto de la pintura clásica del Renacimiento. También la pintura barroca estaba destinada a conmover, tanto por los aspectos técnicos como por los temas. Toda la racionalidad presente y manifiesta en las obras renacentistas (el uso de la perspectiva científica, los desnudos idealizados, los claroscuros apenas insinuados), es revertida en Caravaggio por una escena dramática en primer plano, en donde la profundidad espacial desaparece, las suaves sombras de escenas diurnas son reemplazadas por escenas nocturnas con luces focalizadas y donde la suavidad y severidad de las expresiones se transmuta en rostros llenos de expresión, apasionados, terribles incluso, y con historias y personajes sumergidos en la tragedia y en la violencia. Esta violencia es a veces expresa, como en el caso de las decapitaciones (Decapitación de Juan el Bautista, Judith y Holofernes). En otros casos la violencia está en la presencia de personajes religiosos o sagrados, encarnados por gente del común, de la calle, pordioseros, o prostitutas (como en el caso de La muerte de la Virgen, San Gerónimo escribiendo), en las que el pintor asume con total descaro la plasmación de seres carnales, humanos, algo difícilmente aceptable para una Iglesia que todavía se debatía en mantener la sacralidad de sus personajes. Muchos de sus cuadros fueron rechazados por los comitentes, no sólo por este atrevimiento de pintar una carnalidad tan humana, sino muchas veces por atreverse a mostrar o sugerir a personajes sumergidos en una erótica de la homosexualidad, imposible de admitir para una Iglesia en la que la homosexualidad y la sodomía eran consideradas aberraciones que merecían la muerte o la castración. Pero Caravaggio se atrevía, y su desenfado no era demasiado diferente al que lo llevaba a meterse en disputas, más o menos importantes, que lo hacían tener que rendir cuentas ante la Justicia con frecuencia, tal como consta en los registros policiales de la época. Y sus encuentros y arrebatos belicosos podían dirigirse tanto a personajes encumbrados de la sociedad, como a sus pares. Los juzgados y los estudios de abogados estaban muy atareados por esos tiempos, ya que era bastante común que se recurriera a ellos tanto para una acusación de injurias o robo de obras, como de no pago de alquileres o amenazas de muerte con armas. Tanto que la historia violenta de Caravaggio no parece diferir de la de muchos otros artistas, algunos de los cuales eran, incluso, asesinos, pero ninguno de ellos era tan famoso y prestigioso como Caravaggio, y eso hace que las miradas se detengan más en él que en los otros. Su carácter belicoso lo llevó una vez a una disputa por un partido de pelota, en la que se enfrentaron con armas al final del partido (nada muy diferente a lo que hoy vemos al final de un clásico de fútbol). Pero en la pelea, Caravaggio que también quedó herido, castigó muy fuerte a uno de los contendientes, quien a los pocos días murió. Huyó de Roma y fue condenado al destierro in absentia. Luego de varios periplos y otras tantas complicaciones delictivas, recaló en Malta, donde tras pintar el retrato del Gran Maestre, fue compensado con la ordenación de Caballero de la Orden, distinción que luego le fue retirada cuando, por haber cometido otros delitos, fue encarcelado y huyó. Queriendo volver a Roma, se embarcó en Nápoles con la idea de llegar hasta Porto Ercole, cerca de Roma. No pudo llegar hasta allí porque en un paraje desierto en donde el barco recaló, fue detenido y encarcelado por error. Cuando lo liberaron, el barco había partido con todas sus pertenencias. Casi enloqueció de furia, y queriendo llegar hasta Porto Ercole, caminó por la playa infectada de paludismo. Se contagió de una fiebre fulminante y allí, a la edad de 38 años, murió.

Mucho de lo terrible del barroco, con su carga dramática y efectista, aparece en la Medusa de Caravaggio. El rostro muy iluminado contra el marco oscuro de las serpientes y el fondo, la ausencia de profundidad espacial para resaltar el primer plano, la expresión aterradora, el cuello sangrante... Sin embargo, esta ya no es la Medusa que mata con su mirada. En el mito, cuando Perseo cercena su cabeza, su poder aniquilador sigue intacto, y él puede continuar utilizándolo contra aquellos a los que se enfrenta. Pero ésta Medusa, la de Caravaggio, aparece ella misma aterrada ante la inmensidad de su muerte. Ésa es la mirada que el pintor eligió, con lo cual pareciera haber trasladado el poder de producir miedo, al de sentirlo. Se dice incluso que se trata de su autorretrato, con lo cual la connotación es aún más significativa. Muchas veces Caravaggio se pintó en el rostro de alguno de sus personajes (Baco, Goliat, Medusa), y algunos ven en la recurrencia de estos rostros andróginos tantas veces pintados, una necesidad de indagar en sus preferencias sexuales no claramente asumidas. Las referencias más o menos explícitas al erotismo homosexual están presentes en muchos de sus cuadros, sean estos autorretratos o no. Bastante explícita en los Baco y sugerida, por ejemplo, en El descanso en la huida a Egipto.
San Francisco meditando. Caravaggio.

 La luz dramática aparece también en el San Francisco. Con la técnica del tenebrismo (contraste violento de luces y sombras) inventada por él, Caravaggio dirige la vista del espectador hacia los puntos esenciales: partiendo de la mancha de luz en el hombro, se dirige al rostro que mira a la calavera sotenida por su mano (la calavera es símbolo iconográfico de la inútil vanidad humana) y termina en la cruz, recostada en diagonal, como en un lecho. La túnica raída y el fondo oscuro no hacen más que destacar esos puntos de luz. Otras obras de Caravaggio que se exhiben en la exposición son el San Gerónimo escribiendo, San Genaro decapitado, San Juan Bautista que alimenta el cordero y el Retrato del cardenal (Benedetto Giustiniani).
Otros importantes pintores contemporáneos, y seguidores del estilo caravaggiesco también aparecen en la muestra, como Orazio Gentileschi (María Magdalena), su hija Artemisia Gentileschi (Magdalena desvanecida), Orazio Borgianni, Leonello Spada, Tommaso Salini, Bartolomeo Cavarozzi, Giovan Battista Caracciolo, Orazio Riminaldi, Jusepe de Ribera y varios más. Destaco entre todos (además de los de Caravaggio) la obra de Artemisia Gentileschi, pintora a la que admiro de manera particular, y cuya Magdalena muestra el sello que le es propio:
Magdalena desvanecida. Artemisia Gentileschi.

 A diferencia de otras Magdalenas, del barroco o del Renacimiento, en las que la santa aparece cubierta o apenas insinuante, ésta muestra sin pudor alguno sus pechos, y en lugar de la actitud meditativa con que suele mostrársela mientras observa la calavera, aparece en actitud de desmayo, recordando más a las extáticas Santa Teresa y la Beata Ludovica Albertoni de Bernini, que a las Magdalenas arrepentidas de su pasado licencioso. Demasiado humano su éxtasis amoroso, y bastante lejos de la supuesta piedad que debería evocar.

Beata Ludovica Albertoni. Gian Lorenzo Bernini




Muy típicamente barroca es esa exaltación de las pasiones, supuestamente inspiradas por la divinidad, pero de indudables referencias eróticas, presente tanto en muchas pinturas de Caravaggio, como en la escultura de Bernini o en las pinturas de Artemisia Gentileschi. Sea que se trate de obras de carácter religioso como mitológico, la pasión está siempre presente para exaltar los sentidos.
Éxtasis de Santa Teresa. (detalle) Bernini.








Esta muestra de Caravaggio y sus seguidores que viene de recorrer varios lugares del mundo, merece ser visitada. Y dado que se trata de obras tan tícamente barrocas y por lo tanto bastante oscuras, es recomendable tomarse el tiempo necesario para apreciarlas debidamente, esperando que nuestra vista se habitúe a la semipenumbra, para luego sí poder disfrutarlas.






En este pequeño video les dejo algunas de las obras que se exhiben en la muestra.
Las obras de esta muestra temporal estarán expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos  Aires) hasta el 15/12.
Los horarios son:
Martes a Viernes: de 12.30 a 20.30
Sábados y Domingos: de 9.30 a 20.30
La entrada es GRATUITA...aunque ud. no lo crea!
De paso, cuando terminan, pueden recorrer la muestra permanente y visitar obras valiosísimas de nuestros pintores argentinos, pero también de autores extranjeros, como El Greco, Rembrandt, todos los impresionistas, y cientos más. ¡No dejen de recorrerla!
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Bibliografía consultada:
-Nacidos bajo el signo de Saturno. Rudolf y Margot Wittkower.
-Las metamorfosis. Ovidio. (*)
-Mitología griega. Ángel Ma. Garibay.
-Arte y psicoanálisis. Laurie Schneider Adams.

domingo, octubre 28, 2012

El Museo Nacional de Bellas Artes: visita virtual.

El sitio argentino EducAR pone en la web un servicio de Visita Virtual al Museo Nacional de Bellas Artes, que nos lleva a recorrer sus diferentes salas para poder apreciar la enorme riqueza pictórica que forma parte de nuestro patrimonio. 
En este enlace podrá accederse al mismo:
http://www.argentinavirtual.educ.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=103&Itemid=111

Nuestro Museo Nacional de Bellas Artes cuenta con obras de pintura y escultura argentina y mundial de enorme valor artístico en su muestra permanente.Como por ejemplo, obras de Rembrandt y el Greco, o la importante sala de los impresionistas y pos impresionistas, con obras de Renoir, Sisley, Pisarro, Monet, pero también de Vincent van Gogh, Cezánne, Gauguin, Degas, Manet, Morissot y Toulouse Lautrec.

El Moulin de La Galette. Vincent van Gogh.
La ninfa sorprendida. Edouard Manet. 



















El despertar de la criada. Eduardo Sívori.
Pero también valiosísimas obras de artistas que actuaron y/o
nacieron en nuestro país, como Ernesto de la Cárcova, Martín Mahlarro, Eduardo Sívori, y muchísimos otros.Sin pan y sin trabajo. Ernesto de la Cárcova.




 Por otro lado, por estos días el Museo se viste de gala para recibir a Caravaggio y algunos de sus seguidores en una muestra inédita. La muestra se exhibirá hasta el 15/12/12:
Luego de realizar la ineludible visita, le dedicaremos un post especial.
¡Hasta entonces, dénse una vuelta virtual por el Museo, tal como propone el sitio EducAr!
Que lo disfruten...
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miércoles, enero 17, 2007

SIMBOLOGÍA DE LOS ESPEJOS (1)



Un recorrido por los espejos en la pintura [1]
1ª parte
El señor está a punto de ser despachado del asiento del peluquero. Se ha sentido cómodo, relajado, bien atendido. Luego de la charla amable con el solícito Fígaro se dispone a terminar con el ritual periódico sacudiendo los restos de su desprendida pelambre, cuando el profesional le recuerda el último paso de la ceremonia: presto, lo retiene unos instantes más mientras se le acerca por detrás con lo que él supone será útil para la demostración de un trabajo "bien hecho": el espejo. Y entonces... se rompe el encanto del amable momento. ¿Quién es ese desconocido cuya tonsurada calva es exhibida tan impúdicamente? ¿Por qué siente incomodidad frente a ese lado oculto de su figura? Los buenos modales indican elogiar el trabajo del Fígaro, sonreír satisfecho y dar las gracias. Pero... ¿por qué esa sensación de desconocimiento, disgusto, malestar? ¿Es el espejo el culpable o es su propia mirada?
A lo largo de la historia, en la mitología, la literatura, la leyenda, el arte, el espejo aparece cubierto de un poder que va más allá de su propia forma y tamaño. Cualquiera sea su soporte material (un simple espejo de agua puede ser suficiente), el espejo encierra en sí todos los secretos y misterios que la historia humana ha necesitado guardar en él.
En el capítulo "El alma como sombra y como reflejo"[2] James Frazer dice que los hombres primitivos consideraban a su sombra en el suelo o su imagen reflejada en el agua o en un espejo, como su alma, como parte vital de sí mismo, y por lo tanto, algo peligrosamente vulnerable. Cualquiera que maltratara o quisiera dañar esa sombra o ese reflejo, haría que el dueño de la misma lo sufriera.                                          
El "Diccionario de Símbolos", de Juan E. Cirlot, nos dice que el espejo: es el "órgano de autocontemplación y reflejo del universo". Asociado con el mito de Narciso, el cosmos sería "como un inmenso que se ve a sí mismo reflejado en la humana conciencia". El mundo cambia, y ese sentido en parte negativo, se proyecta en el espejo con sentido caleidoscópico, que aparece y desaparece. Dice también que "es lunar (como las mujeres) por su condición reflejante y pasiva; recibe las imágenes, como la luna la luz del sol". El espejo es también la "puerta para la disociación", para "pasar al otro lado" (como el personaje de "Alicia"). Es asimismo "Símbolo de los gemelos", por la duplicidad de lo reflejado. Por último, el espejo de mano es el "símbolo de la verdad", por su fidelidad a reproducir lo que muestra.
La fuerza atractiva que poseen las imágenes reflejadas ha ido cambiando en el transcurso de la historia de la cultura pero, algo transformada, todavía perdura.
Si pudiéramos alojar en una misma sala todos los ejemplos que, en la historia de la pintura, incluyen la presencia de un espejo, podríamos tener un panorama extenso y variopinto de lo que las citadas acepciones mencionan, y que los distintos pintores han considerado importante para sus obras.
El espejo como imagen de sí.

Narciso. . (1600).
Galería Nacional de Arte Antiguo. Roma
Cuando Freud habló de "narcisismo" estaba trayendo a nuestra época un mito creado por los antiguos griegos.
Cuenta Ovidio[3] que Narciso era un joven al que una maldición le había prohibido mirar su propia imagen reflejada. Su temperamento caprichoso había hecho que rechazara a muchas mujeres que se habían prendado de su belleza. Una de ellas, la ninfa Eco, había sido vengada con la obtención de la citada maldición para Narciso. Así las cosas, Narciso no había visto su propia imagen hasta el fatídico momento en que, sentado a descansar en un claro del bosque, descubre sin querer su reflejo en un pequeño espejo de agua. Y se enamora loca y perdidamente de lo que sus ojos ven, con un amor sin esperanzas que sólo traerá para él sufrimiento y desesperación. Finalmente, muere tendido junto al lago y en su lugar surge la pequeña flor amarilla que hoy conocemos como narciso o jacinto (Hyakinthos).
En el siglo XVII el pintor barroco Caravaggio representó a "Narciso"[4]. Imaginó su escena en un ambiente sombrío, con la sola imagen del joven reclinado sobre su propio reflejo. No hay bosque, no hay casi verde, no hay tampoco espacio lejano. El tenebrismo que él mismo inventara produce un conjunto oscuro donde sólo algunas partes son claramente visibles: el brazo izquierdo del joven y su rodilla. El resto de la escena debe ser deducido o adivinado. Incluso su imagen reflejada puede ser percibida por deducción gracias a lo que conocemos del efecto reflejo y por la simetría. El fondo oscuro hace que el espectador deba concentrarse casi con exclusividad en la figura y su reflejo, que forman un todo de carácter circular e inquietante.
También allí existe algo simbólico: la mirada del espectador puede seguir un recorrido en la forma y en el significado: su rostro, su brazo que se apoya en la tierra, el reflejo en el lago, el otro brazo, otra vez su rostro... Es la propia mirada que vuelve, y el castigo de la muerte por el pecado de enamorarse de sí. Si bien los términos "castigo" y "pecado" parecen provenir de la tradición judeo-cristiana, el mito de Narciso conlleva también una carga moral. Ya en el mito, el joven es castigado con la maldición que lo conmina a no mirarse nunca en su reflejo. Pero el error no está tal vez en enamorarse de la propia imagen. Dice Massimo Cacciari[5],
"Según el sabio (Tiresias) el error de Narciso no era perseguir una sombra sino querer aprehender y comprenderse como una imagen, como una imitación perfecta de su idea, como su icono".
Mirarse al espejo no tiene que denotar necesariamente vanidad. Se puede buscar el significado de lo que en él se refleja, la propia imagen o cualquier elemento del mundo que nos rodea, y eso forma parte de las especulaciones más antiguas del hombre. Considerar al espejo como portador de un conocimiento al que se desea acceder, o reflexionar sobre la "verdad" que supuestamente muestra, es la antítesis de inferir que el espejo es generador de engaños, creador de imágenes falsas y por lo tanto el símbolo de la banalidad y de lo fatuo. Palabras asociadas como "especular", por ejemplo, nos remiten al ejercicio de pensamiento que se vuelve sobre sí, así como "reflexionar" está relacionada con "reflejo". En la misma pintura de Caravaggio, todas estas palabras aparecen conectadas:
· El joven Narciso ve su imagen reflejada
· El reflejo forma con la imagen de su cuerpo una figura simétrica, especular.
· El círculo que su imagen y su reflejo forman, remite a la idea de reflexión-especulación, tanto en lo formal como en lo conceptual.
Muchos pintores han indagado sobre sí mismos observando en sus propios rostros y utilizando un espejo. El paradigma del pintor autorretratado, Rembrandt, realizó esta indagación no menos de sesenta veces. Y dado que no aparece en ellos como una figura ideal, ni siquiera para el ideal de belleza de su época, no cabe dudar de su interés por el autoconocimiento que esos retratos implicaban. El mismo Leonardo en su Tratado de la Pintura, aconseja a los pintores tener siempre cerca de ellos un espejo, porque aquello que se pinta debe corresponderse con la imagen que el espejo refleja. Y esto remite a su vez a la idea del arte como "imitación", como "mimesis", ya que según la idea de Sócrates, el espejo era el "gran maestro", capaz de crearlo todo. Bastaba con tomar un espejo y presentarlo por todos lados[6]. En la orilla opuesta, Platón ve al espejo como el gran engañador, ya que lo que el espejo produce son simples fenómenos, no seres conforme a la verdad. El espejo es el gran seductor, porque nos hace creer que lo que nos muestra "es" la verdad cuando en realidad sólo es su reflejo. Como en el mito de la caverna, donde las imágenes que los hombres ven son sólo las sombras de los objetos verdaderos.
Sombras, reflejos, también en el arte son objeto de los afanes de los artistas.
Espejo como símbolo de "verdad". La vanidad humana.

Venus del espejo. . (1651). National Gallery. Londres.
Mirando su reflejo en el espejo está también la sensual Venus de Velázquez[7]. La Afrodita de los griegos, diosa del amor y la belleza, se muestra de espaldas en toda su desnudez. Frente a ella, un Cupido regordete sostiene un espejo en el que, supuestamente, debería ver su rostro reflejado. Aquí sin embargo Velázquez no emplea con rigor la técnica apropiada para un exacto reflejo, ya que por la inclinación del espejo deberíamos ver la parte frontal de la figura. Pero el rostro desdibujado de Venus, se aviene adecuadamente a la idea del espejo como símbolo de la verdad, a pesar de la aparente contradicción. Esta idea, asociada iconográficamente a la de la "vanitas", fue representada muchas veces a lo largo de la Historia del Arte, y el espejo en esos casos es el atributo de la figura que recibe de él la imagen de una verdad cruda y a la vez cruel: no todo lo que devuelve es agradable como esperamos. El espejo se transforma en un referente implacable que nos recuerda que la belleza y la juventud son sólo eso: vanidad. El accesorio erótico está transformado en portador de un despiadado mensaje. Estos espejos que parecen engañar, son en realidad los que verdaderamente nos muestran la verdad, afirman la vanidad y las miserias de las criaturas.
La tradición iconográfica ha utilizado muchas veces la representación de la figura femenina que se observa en el espejo como símbolo del pecado original. Werner Hofmann[8] nos cuenta que en el arte simbolista del siglo XIX, se emplea muchas veces el espejo: "Eva cae en la tentación de la vanidad seducida por su propia imagen". El pintor alemán Max Klinger también establece una relación directa entre el pecado original y la vivencia del espejo. Así como otro simbolista, Dante Gabriel Rossetti, ha interpretado el motivo de la mujer que se contempla en el espejo como una metáfora de una "experiencia funesta de sí misma"[9].
La idea del pecado al que está asociada la vanidad humana también apela al concepto de "arrepentimiento". El historiador del arte Émile Mâle[10] encuentra una relación directa entre las obras de arte y el flujo de ideas de la cultura europea. Mâle plantea que, como consecuencia del Concilio de Trento[11], se produce una enorme modificación en la interpretación de temas tradicionales y se introduce una amplia gama de temas nuevos. El tema del "arrepentimiento" del creyente era una de las cuestiones más discutidas entre la Iglesia de la Reforma y la de la Contrarreforma. Por lo tanto, en el arte pictórico especialmente, algunos personajes de género religioso sirvieron de manera particular a los fines expresivos que el momento reclamaba. Dos de los personajes más representativos de estos especiales significados fueron San Pedro, y su arrepentimiento por haber negado tres veces a Jesús, y María Magdalena, la pecadora también arrepentida.
Magadalena Penitente o Wrightsman (o Magdalena de las dos llamas).
Georges . New York
El pintor francés Georges de la Tour, heredero en sus comienzos del estilo de Caravaggio, es uno de los que toma para sus cuadros el mencionado tema. También él representa el "Arrepentimiento de Pedro" así como una serie de Magdalenas penitentes. La más famosa de ellas, conocida como la "Magdalena de las dos llamas", es la que vamos a incluir en nuestro análisis[12].
Como en tantos cuadros de Georges de la Tour, la escena se sitúa en un interior donde la fuente de luz es una vela, ubicada dentro de la misma escena. A diferencia de Caravaggio, cuya iluminación tenebrista reconoce una fuente de luz natural (recuérdese, por ejemplo, la "Vocación de San Mateo" donde la luz entra por una ventana), los ambientes que crea de la Tour están impregnados de una penumbra llena de misticismo. En lugar del realismo crudo que asalta al espectador, la escena sumerge al contemplador en un ambiente silencioso, quieto, el adecuado para la reflexión y la meditación. La figura de , lejos de la sensualidad que suele investirla, es casi estatuaria. Los volúmenes son netos, puros, y recuerdan la dignidad de las figuras de Piero della Francesca.
Ajeno al frenesí de las imágenes barrocas, tanto en pintura como en escultura, la obra de De la Tour se muestra clásica y serena. En lugar de alejarse del cuerpo, sus gestos se recogen sobre sí. La mirada del espectador es llevada, por el rostro y la mirada de Magdalena, hacia la protagonista de la escena: la vela y su reflejo, como imagen de Dios. Nos dice Erwin Panofsky con relación a la vela encendida[13] que es el símbolo de Cristo omnividente, es decir, el que todo lo ve.
La mirada de Magdalena no se dirige a su propia imagen, ya que ésta no aparece en la superficie reflectante. Su mirada se posa en la luz. El espejo juega aquí un doble rol: por una parte, por su marco lujosamente decorado, recuerda el pasado pecador de Magdalena: la que comerciaba con su cuerpo y hacía gala de su hermosura, seguramente vería con frecuencia su imagen reflejada en él. Pero ése mismo espejo es también el que muestra la verdad. Para Magdalena la verdad que ella ahora observa es la Verdad de Dios, que la llama simboliza y cuyo reflejo también vemos.
(Fin de la 1ª parte)
Maria Rosa Diaz. "Mirar y ver: reflexiones sobre el arte". Editorial de los Cuatro Vientos. Buenos Aires. 2005.

[1] Artículo publicado en la revista digital Contexto Educativo N° 15.
[2] James Frazer: "La rama dorada".
[3] Ovidio: "Las metamorfosis".
[4] "Narciso". Caravaggio. Palacio Barberini. Roma.
[5] Massimo Cacciari: "El dios que baila".
[6] Massimo Cacciari: op. cit.
[7] "Venus del espejo". Diego Velásquez. National Gallery. Londres.
[8] Werner Hofmann: "Naná: mito y realidad".
[9] Werner Hofmann: op. cit.
[10] Irving Lavin: "Caravaggio e La Tour: la luce occulta di Dio".
[11] Concilio de Trento: desarrollado entre 1545 y 1563, tuvo como objetivo responder a la Reforma llevada a cabo por Lutero en el norte de Europa.
[12] "Magdalena penitente". Georges de la Tour.
[13] Erwin Panofsky: "Los primitivos flamencos".
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